¡Adiós, Nicanor!: 9 poetas despiden a Nicanor Parra
- Admin
- 24 ene 2018
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A unas horas de la muerte de Nicanor Parra, su obra exige lecturas y relecturas. Convocados por Aristegui Noticias nueve poetas de distintas edades y nacionalidades analizan la vitalidad y vigencia del escritor chileno.
Parra murió grande y no nos referimos a sus 103 años, sino a la altura de una lírica que abrió un nuevo derrotero para la poesía latinoamericana. Dejemos pues que hablen sus colegas.
Juan Domingo Argüelles (México, 1958):
Nicanor Parra es un poeta que pone un toque de humor y de sarcasmo en la lírica latinoamericana. Cuando se define como “antipoeta” en realidad lo que quería decir era que iba en sentido contrario a la poesía de la tradición solemne. Por supuesto, no escribe “antipoemas”, sino poemas: poemas irónicos, sarcásticos, llenos de crítica social y de un humorismo devastador. Al final de su vida se declaró poeta ecológico.
Creó una poesía coloquial que influyó profundamente en muchas generaciones, a partir de 1954 cuando vio la luz su obra maestra Poemas y antipoemas. Su mirada fresca, desparpajada, iconoclasta, hizo ver a los poetas y a los lectores que la poesía se construía a partir de la materia verbal de todos los días.
No creo que ninguno de sus libros haya superado al primero, Poemas y antipoemas, que es mi favorito, aunque sus Versos de salón me resultan también indispensables. Entre todos, mis poemas preferidos son su “Soliloquio del individuo” y el “Autorretrato” que no necesariamente es el suyo.
María Baranda (México, 1962):
Nicanor Parra era el poeta de la risa aguda, siempre lúdico y lúcido. Habló de las atrocidades del mundo, de la guerra, la política, la existencia humana con el ímpetu de la irreverencia, así abrió un espacio de provocación con su antipoesía y logró un discurso más legítimo y puro. Además, le debemos espléndidas traducciones.
Hernán Bravo Varela (México, 1979):
Nacido el mismo año que Efraín Huerta (1914), Nicanor Parra, como el mexicano, enfrentó con humor corrosivo y lúcida ternura a la grandilocuencia lírica. Podría decirse que Poemas y antipoemas (1954), su libro más conocido, es una respuesta frontal a la obra de los tres grandes tenores de la poesía chilena: Vicente Huidobro, Pablo Neruda y Pablo de Rokha. De ahí la mundanidad de su discurso, calculada con precisión matemática, pero pulida con esmero artesanal: “el poeta no es un alquimista -señala en “Manifiesto”- / el poeta es un hombre como todos / un albañil que construye su muro: / un constructor de puertas y ventanas. // Nosotros conversamos / en el lenguaje de todos los días / no creemos en signos cabalísticos”. Los versos de Parra no buscan la hondura aprendida del lenguaje, sino la compleja superficie de las cosas y los hechos.
Sin Parra sería difícil entender la escritura -y el gesto detrás de la escritura- de autores chilenos tan disímbolos como Roberto Bolaño, Carmen Berenguer, Diamela Eltit, Diego Maquieira y Raúl Zurita. Desde Artefactos (1972) hasta los Discursos de sobremesa (1997 y 2006), pasando por los Sermones y prédicas del Cristo de Elqui (1977), Parra exploró con igual fortuna el poema visual, la cueca, el chiste o el monólogo dramático, e hizo un nuevo género literario del discurso de recepción de premios y distinciones.
Lo que más me gusta de su obra es Poemas y antipoemas, “Noticiario 1957”, “Manifiesto”, Artefactos, Sermones y prédicas del Cristo de Elqui, “El hombre imaginario” y Mai mai peñi. Discurso de Guadalajara.
Luis Antonio de Villena (España, 1951):
Creo que fue siempre un poeta diverso, tentado por los juegos vanguardistas. Su importancia es ya histórica, desde bastante antes de morir. Yo me quedo con los Poemas y antipoemas. Su aportación radica en insistir en la tradición de la ruptura (de la vanguardia) que dijo Paz, y abrir una poesía que había padecido mucho del surrealismo postrero, mucha palabrería onírica, al coloquialismo mejor… Y más moderno, realmente.
No conozco su obra total, y lo último (era ya muy viejo) no me interesó. La poesía como mero juego tiene horizontes muy limitados. Me sigo quedando con los distintos Poemas y antipoemas, la antología de 1969 y acaso el populismo de “Canciones sin nombre.” O “La cueca larga”.
José María Espinasa (México, 1957):

Nicanor Parra aportó, hacia mediados del siglo XX, una ironía iconoclasta en un momento en que en la poesía latinoamericana dominaban retóricas. No es por azar que, frente a la retórica nerudiana, los antídotos vinieran de Chile, Nicanor Parra y Gonzalo Rojas. Sus aportaciones fundamentales fueron humor y desparpajo, hiriente capacidad epigramática y puesta en duda de “lo poético”. Parra es un escritor al que recomiendo leer picoteando, más que un libro específico. Su poesía reunida es un manantial de irreverencia.
Armando González Torres (México, 1964):
Nicanor Parra fue un tipo de poeta casi imposible de clasificar, tanto por su formación científica, que resulta muy atípica en la literatura, como por los muy diversos derroteros que decidió explorar y que llevaron a renovar tradiciones y el concepto mismo de lo poético.
Exploró diversos lenguajes poéticos (desde el lirismo inicial hasta la poesía visual) e introdujo recursos y moldes de otras disciplinas (la ciencia, el psicoanálisis, la publicidad) para hacer poesía. Sin embargo, más allá de todas sus innovaciones formales, creo que su mayor aportación fue impregnar a la poesía de un tono crítico, anti-solemne e irreverente que, además de desacralizar la propia disciplina, podía ser un instrumento de crítica y conciencia social. Creo que este tono, para bien y para mal, influyó de manera muy poderosa en el conjunto de la poesía hispanoamericana y, sobre todo, en su vertiente política.
Para mí, por su representatividad dentro de su obra, su libro Poemas y antipoemas, que data de 1954, es el más emblemático.
David Huerta (México, 1949):
Nunca conocí personalmente a Nicanor Parra, pero está en mi vida como si lo hubiera frecuentado asiduamente. Aparte de que nació el mismo año que mi padre (1914), con cuya obra valdría la pena hacer alguna saludable comparación —tomadas en cuenta todas las diferencias—, Parra me llama la atención y me apasiona porque se mantuvo fiel a sus ideas y a su modo de ponerlas en práctica. Yo creo que es algo más que el rey bufo de la poesía latinoamericana moderna; es algo así como un descendiente austral de François Villon, con luces y sombras semejantes. Ahora está en su cielo, al lado de su hermana Violeta, viendo cómo nos destrozamos unos a otros, acaso sonriendo, quizás invadido por una tristeza jovial y levemente apocalíptica.
José Kozer (Cuba, 1940):
Hablo desde la perspectiva de un joven en Nueva York en la década de los setenta, época en que tuve la buena suerte de compartir con Nicanor Parra y una parte de su inmediata familia, durante dos años que para mí propio trabajo de poeta fueron cruciales: tanto le debo a Nicanor que me llevaría más tiempo del que tengo para narrar esa deuda intelectual y amorosa, baste con decir que una tarde, por Greenwich Village, riendo y conversando me agarró del brazo y me dijo: cómo es posible que siendo tú de origen judío nunca escribas de ese asunto. El impacto de sus palabras, de su tono y modo tan particular de decir, tajante y a la vez cordial y directo, conmocionaron algo profundo en mí y tomé un nuevo y nuevos caminos en mi trabajo. Nicanor Parra fue el primer poeta latinoamericano, el otro evidente fue César Vallejo, cuyo tono y modo de escritura y me llevaron por inusitados caminos que parten de su personal manera y fuerza, su impresionante inteligencia poética, y lo que considero yace en el fondo de toda su obra, y que está por estudiarse, que es su infinita fe en la poesía y en la bondad ulterior de la poesía como auténtica revolución social, universal, humana, a la que todos los que escribimos poesía debemos atender.
Parra con Vallejo y Huidobro alteraron el curso de la poesía latinoamericana de la primera mitad del siglo XX limpiándola de mucha hojarasca retórica, de mucha intrascendencia romántica de quinta fila, y dándole un vuelco de muchos grados a esa poesía que estaba embarrancada en un marasmo de convenciones que ya apestaban: Parra fue un eje vital para esa poesía, y aunque su trayectoria tuvo los diversos altibajos a que nos expone la vida, en términos reales considero que su legado es esencial: un legado donde cunde con lo chileno lo latinoamericano y con éste lo universal que abre caminos, recorre vericuetos, permite encontrar nuevos hitos para la mayor amplitud de expresión. Mucho recuerdo la tarde en que Parra me espetó, a su manera: “muchacho”, me dijo, “ahora en poesía cabe todo”. Y yo comprendí que las compuertas se me abrían, el dique no se rompía, sino que iba a permitir correr el agua hacia nuestro idioma desde las numerosas perspectivas de acontecimientos históricos complejos pero vivos que permitirían, desde un riesgo fuerte, claro está, acoger todo aquello que desde un buen gusto y desde una inteligencia poética permitiera ampliar, refinar, universalizar la poesía del siglo XX en lengua castellana.
Curioso como con el tiempo la poesía de Parra que más releo y amo es la que él mismo considerara “poesía” y no “antipoesía”. Amo sus cuecas, sus cantos a los panes chilenos, su modo no nerudiano de acoger lo chileno en espacios radiantes donde más allá de su modo siempre algo epatante, lo que para mí ilumina y relumbra es la infinita capacidad de este poeta para reventar moldes, alterar con su tono los tonos varios de los diversos países del continente que escribe en español, y sin pretenderse modélico ni magistral, serlo.
Miguel Maldonado (México, 1976):
Si Nicanor Parra tuviese que despedirse a sí mismo, simulaciones que por cierto le gustaba hacer, se diría, con esa irreverencia que lo caracterizaba: “Adiós, Nicanor”; si nosotros hemos de despedirlo, en homenaje a ese mismo humor, le decimos: adiós, Nicanor.
Pero su humor era cosa seria, como lo dijo en su discurso al recibir el Premio Cervantes. La poesía latinoamericana pierde un poeta que defendió, con la risa, el humanismo y la justicia, la risa como bandera para señalar las hipocresías de la modernidad; cómo olvidar estos versos: “Hay dos panes. Usted se come dos. Yo ninguno. Consumo promedio: un pan por persona”.
Limitar la poesía de Parra a sus antipoemas significaría acotarlo demasiado, es un poeta que ha escrito sobre cosa varia, uno de sus críticos decía que su poesía estaba tan llena de vericuetos que parecía una enredada oreja, y aquí, con la expresión “enredada oreja”, me vienen a la mente algunos versos que escribió en su poema Epitafio, pues como se ha dicho gustaba de imaginar escenarios: “Hijo mayor de un profesor primario. / Y de una modista de trastienda; / flaco de nacimiento / aunque devoto de la buena mesa; de mejillas escuálidas / y de más bien abundantes orejas”.
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